Cerebro
y género: una cuestión de amígdalas
¿Quién
nos iba a decir que entre las inteligencias múltiples de cada persona, la
emocional tiene el tamaño de una almendra? Es así. En el cerebro se encuentra
una estructura cerebral, del tamaño de una almendra, que se llama
"amígdala" (del griego ὰμυγδάλη, almendra), situada exactamente en el
lóbulo temporal y forma parte, junto a otras estructuras cerebrales, como el
hipotálamo, el septum y el hipocampo, fundamentalmente, de los circuitos
responsables de la emoción, de la motivación y del control del sistema autónomo
o vegetativo. Todo ello configura el denominado sistema límbico, responsable
directo de la codificación del mundo personal e intransferible de los
sentimientos y de las emociones. Con el control férreo de la corteza
prefrontal, como corteza de asociación situada en el lóbulo frontal. Una parte
muy importante de la corteza (servilleta) cerebral, utilizando la descripción
del tamaño de la misma hecha por Jeff Hawkins (1).
Desde
el punto de vista científico, ya sabemos muchas cosas de la amígdala cerebral.
Es una estructura muy pequeña y evolutivamente muy antigua. Dependiendo de su
tamaño se puede identificar el carácter de una persona, llegándose a saber que
una atrofia de la amígdala llevará a la persona que la sufra a una seria
dificultad en el reconocimiento de los peligros, siendo realmente asombrosa la
asociación que se puede llegar a dar entre su hipertrofia y la violencia y
agresión. Se puede llegar a conocer hoy, a través de técnicas no invasivas de
tomografía mediante emisión de positrones (PET), el coeficiente de las
emociones en cada lado de la amígdala.
Se
ha demostrado también que pacientes con la amígdala cerebral lesionada no son
capaces de reconocer la expresión de un rostro o si una persona está contenta o
triste. Por otro lado, en experimentos con monos a los que se les extirpó esta
glándula, se demostró que éstos manifestaban tras la extirpación un comportamiento
social alterado, con una pérdida de la comprensión de las reglas de relación de
la manada, además de verse afectadas las actitudes maternales y las reacciones
afectivas frente a sus iguales. Asimismo, la amígdala cerebral también se
relaciona con la capacidad de aprendizaje y con la memoria.
He
leído con atención el estudio llevado a cabo por la Unidad de
"neuroimaginería cognitiva" del Inserm (el instituto francés de la salud y de
investigación médica) y por el hospital Pitié-Salpêtrière de Francia, que ha
demostrado que nuestro cerebro es capaz de integrar nociones tan abstractas
como las de un campo semántico, las de los significados, incluso antes de que
conscientemente podamos leer las palabras que los contienen. Además, el papel
jugado por la implantación de electrodos en las amígdalas cerebrales de un
grupo de pacientes epilépticos desvelaron actividad cerebral derivada de la
significación de una serie de palabras mostradas a gran velocidad, a pesar de
que los pacientes no pudieron ni leerlas. La complejidad de nuestros procesos
mentales inconscientes es por tanto mucho más rica de lo que se estimaba. El
trabajo ha sido dirigido por el neurólogo y doctor en Neurociencias cognitivas,
profesor Lionel
Naccache
y ha sido publicado por la revista Proceedings of the National
Academy of Science.
El
cerebro es capaz de decodificar el significado y el sentido emocional de
palabras que se presentan al sujeto de manera subliminal, señalan los
resultados de un estudio. De ahí la importancia de los anuncios publicitarios y
su falta de inocencia. Obvio. Y qué campo tan interesante se abre para la
educación infantil y en casa, en el trabajo y en la Universidad. Los elementos
de contexto en los que vivimos nuestra existencia diaria, cuántas palabras e
imágenes, cuantos estados afectivos momentáneos (emociones) y duraderos
(sentimientos) se pueden estar desarrollando y elaborando en nuestro interior
sin que tomemos plena conciencia de ello. Es lógico que a veces digamos
"no sé lo que me está pasando". Responsable: la amígdala personal e
intransferible y su integración en circuitos más complejos.
El
binomio miedo-agresión, está asentado en la amígdala. Si el tamaño es mayor en
el hombre, por mera determinación anatómica, la correlación es más compleja.
Por ello, las salidas de tono virulentas en los hombres tienen una
determinación estructural cerebral, más acusada que en las mujeres. Y con una
responsabilidad añadida: la corteza prefrontal, esa zona maravillosa de
razonamiento neurológico, al intervenir otras muchas entradas de información a
esa zona y equilibrar todas las balanzas imaginables de los procesos que se
computan en el cerebro, hace que se module la conducta a observar finalmente,
creando patrones para la memoria predictiva: si ya me pasó esto en una
situación anterior, atención, porque me puede volver a pasar lo que ya sé que
va a pasar. Sorprendente.
A
lo largo de su evolución, el cerebro humano adquirió tres componentes que
fueron surgiendo y superponiéndose. Al igual que en una excavación arqueológica
podemos encontrar: El más antiguo, situado abajo, en la parte infero-posterior;
el siguiente, en una posición intermedia y, el más reciente, localizado
anteriormente y por encima de los otros dos. Estos son, respectivamente:
1-
El arquipálio o cerebro primitivo, constituido por la estructuras del tronco
cerebral: Bulbo, cerebelo, ponte y mesencéfalo, con el más antiguo núcleo en la
base, el globo pálido y bulbos olfatórios. Se dice que corresponde al cerebro
reptiliano, también llamado complejo-R por el neuro científico Paul MacLean.
2- Luego vemos al paleopálio o cerebro intermedio, formado por las estructuras
del sistema límbico. Se dice que corresponde al cerebro de los mamíferos
inferiores.
3- En la capa superior está el neopálio, también llamado cerebro superior o
racional, comprendiendo la mayor parte de los dos hemisferios cerebrales
(formado por la corteza más reciente, denominada neocórtex) y algunos
grupos neuronales subcorticales. Este último solo es compartido por los
mamíferos superiores, incluyendo a los primates y, consecuentemente, al hombre.
Esas tres "capas" se desarrollan, una sobre la otra, durante la
evolución embrionaria y del feto (ontogenia), y, también cronológicamente en la
evolución de las especies (filogenia), desde el lagarto hasta el homo sapiens.
En palabras de MacLean, son una suerte de tres computadoras biológicas que,
aunque íntimamente interconectadas, conservan cada una "sus propias formas
peculiares de inteligencia, subjetividad, sentido del tiempo y del espacio,
memoria, motricidad y otras funciones menos específicas".
Gráfico: cerebromente.org.br
No
es el destino biológico preprogramado de hombre y mujer lo que justifica
determinadas conductas, sino que los aprendizajes de situaciones que se han
repetido en muchas ocasiones de la vida, "modula" una determinada
forma de ser en el mundo, desencadenando procesos hormonales y activaciones
eléctricas de circuitos neuronales que ya han "aprendido" a
desenvolverse así en situaciones similares. Y la amígdala sigue ejecutando
siempre su trabajo.
El
estrógeno, la progesterona y la testosterona son las principales actrices
invitadas en el funcionamiento de la amígdala en el cerebro sexuado. Todo lo
que ocurra a nivel hormonal afecto a la amígdala. La razón es obvia: si el
estrógeno está equilibrado en su funcionamiento ordinario, complejísimo, la
amígdala hará vivir y sentir las emociones conscientes e inconscientes de forma
regular, modulando actuaciones preprogramadas. De ahí la importancia de la
memoria predictiva (teoría de Jeff Hawkins), de la que ya he hablado en post
anteriores. Después, los sentimientos y emociones que se construyen en la
amígdala, en compañía del hipocampo y del hipotálamo, se bifurcan en razón del
protagonismo que concurra en relación con las hormonas masculina ó femenina: la
progesterona y la testosterona. Y en cada ciclo de vida personal, el
protagonismo es diferente. Por ello, la inteligencia individual, comienza a
escribir en el libro de vida de cada uno en particular, cómo se aborda la
resolución de problemas diarios para vivir de forma adecuada. Sin florituras
agregadas. Solo se regula la mejor forma de vivir. Es lo que en América se
trata de solucionar con Prozac, sabiendo que mi amígdala es sensible de forma particular
con todo lo que a mí me pasa y me acaba afectando de forma momentánea
(emociones) ó duradera (sentimientos).
Y
una realidad estructural del cerebro, la mielina, tiene una responsabilidad
crucial en la conexión obligada, autopista o camino vecinal, entre la amígdala
y el centro de control de las emociones: la corteza prefrontal. Me gusta
comparar la mielina con el cable de antena del televisor, forrado con una malla
de cobre a modo de dendritas y con un plástico que le aísla del mundo exterior
y protege la conductividad, ofreciendo todas las garantías de neurotransmisión,
de transmisión en definitiva de las señales eléctricas.
La
corteza cerebral se alimenta de millones de descargas de la amígdala y pide
retroalimentación. Y esto se aprende. Es la experiencia del ciclo de vida de
hombres y mujeres, desde que somos niñas y niños, experimentamos la
adolescencia (cuantos cables sin mielina, sin protección se intercomunican a
esta edad, desencadenando explosiones afectivas que ahora sabemos ya por qué
ocurren), crecemos en el estereotipo del "amor" solo, homosexual ó
heterosexual, y nos hacemos personas mayores donde las garantías del cableado
cerebral comienzan a caducar, a deteriorarse e incluso a morir (Alzheimer). Este
conocimiento nos lleva a ser muy prudentes con los autojuicios o sobre los que
hacemos de los demás. Es "cuestión de química" (¿de amígdala?),
siendo esta expresión coloquial una verdad como un templo, porque la conducción
química es vital para nuestra amígdala, como explico a continuación.
Por su importancia actual, derivada de
investigaciones recientes, es importante resaltar los últimos descubrimientos
sobre unas células olvidadas desde los trabajos de Cajal, las células glía y en
un papel muy importante: La neurotransmisión de sustancias vitales para el
funcionamiento del cerebro, en una tarea muy concreta, en el trayecto que va
desde la amígdala a la corteza cerebral y viceversa (a la amígdala le gustan
las distancias cortas...), de acuerdo con unas declaraciones recientes de R.
Douglas Fields, del Instituto Nacional de Salud Infantil y Desarrollo Humano,
en Bethesda, Maryland, especialista en plasticidad del sistema nervioso:
"Aún tenemos mucho que aprender, pero entre los neurocientíficos hay un
tremendo interés (en estas células), ya que creen que podrían haber ignorado
casi la mitad del cerebro". Este investigador, junto a Beth
Stevens-Graham, ha escrito un artículo de revisión sobre la glía, publicado en
la revista Science (2), de sumo interés: "Cada vez más, se hace evidente
que la glía contribuye al proceso de información en el cerebro detectando la
descarga de las neuronas y comunicándose entre ellas para, a su vez, regular la
actividad neuronal".
La
nueva conciencia sobre la importancia de las células gliales se ha
desarrollado, en parte, debido a nuevos métodos de radiografía por imágenes que
permiten a los científicos observar las señales químicas que la glía usa para
comunicarse, entre ellas mismas y con las neuronas. La glía y las neuronas
operan en formas diferentes. Aunque a menudo se comparan las señales eléctricas
de las neuronas con las que tienen lugar en las líneas telefónicas, la glía se
comunica por medio de señales químicas, que son mucho más lentas. Entre las
numerosas funciones de la glía, dijo Fields, están las de regular la intensidad
de las conexiones interneuronales llamadas sinapsis. Pero la glía también puede
detectar señales eléctricas de otras partes del cerebro, además de las
sinapsis, según el investigador. Estas señales, añadió Fields, "son
particularmente importantes para regular el desarrollo glíal en la vida fetal y
postnatal temprana".
Los
mensajes también controlan la actividad de la glía que forma la mielina, el
"aislante" que protege las fibras nerviosas, mencionó el científico.
La comunicación entre las neuronas y las células gliales podría formar parte de
las actividades cerebrales que suceden en un período relativamente largo de
tiempo, según Fields. "Esto sería importante", dijo el científico,
"en aquellos procesos como el desarrollo del sistema nervioso, la
formación de las sinapsis, la migraña, la depresión, el aprendizaje y la
memoria". Esta comunicación podría también estar presente en la forma en
que el cerebro responde al daño, a la enfermedad y al dolor crónico, añadió el
investigador".
El
tejido nervioso y posición de los astrocitos: 1) células del epéndimo 2)
neurona; 3) axones; 4) oligodendrocito; 5) astrocito; 6) vaina de mielina; 7
microglia
Estudios
recientes llevados a cabo en la Clínica de Neurocirugía de la Universidad de
Bonn, han señalado el papel trascendental de las células glía, neuroglías, en
su argot, destacando las funciones que desempeña un tipo de célula glial, el
astrocito, desconocidas hasta ahora pero que pueden revolucionar el
conocimiento del procesamiento del entendimiento entre neuronas, como árbitro
imprescindible. Es una célula muy común en el cerebro y su relación con la
sinapsis y con los vasos sanguíneos, pero junto a las funciones clásicas de
nutrición y sostén de las neuronas, se han descubierto funciones auxiliares muy
diversas: "Se ocupan de que las concentraciones iónicas permanezcan
constantes en el espacio situado entre las células cerebrales; recogen las
sustancias mensajeras –los neurotransmisores- liberadas por las neuronas y
bloquean sus efectos; por último proveen de nutrientes a las células nerviosas.
Va ganando terreno, además, la idea de que el propio grupo de astrocitos se
compone, a su vez, de tipos celulares muy distintos que, en parte, realizan
trabajos completamente diferentes. Por si fuera poco, se les empieza a
reconocer a los astrocitos, su participación en el procesamiento de la
información cerebral, capacidad que se suponía exclusiva de las neuronas"
(3).
(1) Hawkins, J. y Blakeslee, S. (2005). Sobre
la inteligencia. Espasa Calpe: Madrid.
(2) Douglas Fields, R. & Stevens-Graham, B. New Insights into
Neuron-Glía Communication. Science 18 October 2002: Vol. 298. no. 5593,
556–562.
(3) Krebs, C., Hüttmann, K. y Steinhäuser, Ch. (2005). Células de la glía. Mente
y Cerebro, 11, 66-69.
No hay comentarios:
Publicar un comentario